Las Madres y Nuestro Destino - Por Alex Quaranta
 
								
				
				Cuando nos portabas en tu vientre, aún navegábamos 
 en sus corrientes cálidas, cual pequeñísimas naves prestas 
 a anclar  en un puerto ciertamente más inseguro que tu 
 casa de cristal, oscura y protectora. 
 Mamá Agua, templada y nutritiva. Fuiste luna y placer. 
 Primera y última emoción. Sombra reparadora del próximo 
 y fatal desierto que nos aguardaba a una distancia de nueve lunas 
 completas, redondas y turgentes.
 Mamá, vos nos diste límites en tu seno para que nunca olvidáramos 
 la lección del Destino de lo Posible, el seguro devenir de aquello que  somos y en lo que inevitablemente nos transformaríamos; como esa 
 semilla que lleva en su interior lo óptimo de todas sus alternativas registrables, 
 pero no otras ajenas; sin error, a disposición de nuestras conciencias en 
 desarrollo, conciencias de tierra fértil que busca dar alojamiento a la 
 mágica experiencia de crecer desde el pie, desde la raíz.
 Mamá, si hoy nos duele tu ausencia -o tu presencia, para el caso-, 
 haremos un ejercicio de recordar tu grito de dolor, la paradoja de 
 tu sonrisa y tu lágrima adviniendo a un mismo tiempo; metáfora de lo 
 que se parte y quiebra para que acontezca lo nuevo, único e indivisible.
 No obstante, hemos sido dos, mamá. Nuestros nueve primeros meses fuimos 
 tan peces en tus entrañas perfumadas de Dios, tan delicadamente frágiles 
 en tu burbuja de plata y miel. 
 Mamá, hoy recordamos que ese Dios ES porque tú existes.  Y desafiamos todo 
 credo, so pena de ser excomulgados por teorías e hipótesis ridículas. 
 Sí, lo afirmamos: sos lo más parecido al Regalo de la Vida. Te amamos.  
 
 
       
		
0 comentarios