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Diciembre y los cierres - por Alex Quaranta

Una reflexión desde el simbolismo de números

Que diciembre es un mes paradojal, ciertamente no es novedad.  Desde los altibajos emocionales, el recuento de familiares y amigos que no estarán presentes en las celebraciones decembrinas, hasta los infaltables balances comerciales y personales, -con insalvables errores en el debe y el haber-, estamos, sin lugar a dudas, ante el rodaje de la “crónica de un agotamiento anunciado”.  Obviamente, sin olvidarnos de las llamadas telefónicas inesperadas, los saludos casuales, callejeros y devaluados, las compras, gastos imprevistos, niños, adolescentes y adultos alterados, crudos inviernos  septentrionales, e insoportables estíos en el hemisferio sur; y, por supuesto, los más improvisados rituales seudoespirituales para alcanzar algún prodigio de último momento; todo este viaje de fin de año con tormentosas escalas en los aeropuertos de las nostalgias de una niñez perdida y la estación aeroespacial de “aquéllas sí que eran navidades”, y finalmente, con aterrizaje forzoso en la resbaladiza pista de los  infortunios del año que se cierra, con la torre de control advirtiéndonos –cuándo no- sobre las insospechadas amenazas del almanaque a estrenar.

Ahora bien.  ¿Qué podemos decir desde el espacio simbólico en relación al número 12? Seguramente, podríamos dedicarle un libro, pero esa no es la intención de este escrito.  En principio, diremos que en la secuencia que va desde la unidad (1) al 12, éste número, vendría siendo el cierre o cambio de un esquema a otro.  Esto lo vemos fácilmente en el día a día, cuando a la hora 12 (del mediodía) lo que, hasta ese momento llamábamos mañana pasa a denominarse tarde.  Hay un cambio, una transición.   En el viaje arquetípico del Héroe, el “momento doce” es el de una “inversión”, un “darse vuelta”, para llevar “sangre a la cabeza” y meditar sobre las cuestiones que ameritan ordenarse, reestructurarse, evaluarse para un nuevo orden, en todo caso.  El Héroe de este viaje (cada uno de nosotros), en la duodécima instancia, “pende”, “está colgado”, y sus piernas (mirando hacia el cielo) dibujan un 4; claro está, porque después del 12 (que es también un tres, ya que 1+2=3) vendrá el 4, y habrá que preparar el terreno para ese advenimiento.  Y ese 4 mira hacia el cielo, porque la esperanza es la de un orden supeditado a lo divino, a lo universal, a una entidad mayor a nosotros, y a la vez, comprensiva e inclusiva.

Pero hasta ahora no hemos podido hablar de UN CIERRE propiamente dicho en relación al número 12.  Y, en verdad, desde lo simbólico, mucho me temo que no podremos mencionar tal cosa. El caso es que, tanta inquietud y tanto movimiento interior, tiene algo que ver con esta paradoja del 12 en nuestro calendario gregoriano.  Por lo menos, desde las consideraciones de este estudio, que no pretende ser más que una exploración reflexiva. 

Digo esto, porque el 12, como referente del 3, es un símbolo de EXPANSIÓN, no de retracción o cierre; es símbolo de crecimiento, de apertura, y de PARTO.  Si el canal de parto no se abre, si ese túnel no se dilata, el niño no verá la luz de este mundo.  El 3 nos recuerda un alumbramiento, y de hecho, los cristianos conmemoramos el Nacimiento de nacimientos en este mes.  En un parto algo también se parte (como en la hora doce, el día se parte en dos).  En ese parto hay alegría; no obstante, hay dolor físico, hay llanto por ese ambiente cálido, húmedo y contenedor que se está abandonando por otro muy distinto (y desconocido aún) y que requerirá de pulmones funcionando.  Esta contradicción de lo expansivo y el cierre de un ciclo es, desde mi modesta visión, lo que nos pone, cuando menos, un poco ansiosos e inestables.

Por ello, la propuesta de este texto es hacernos conscientes de esta paradoja y minimizar las molestias que conviven con nuestros pensamientos y emociones durante este mes de festejos.  El 12, cuando menos, es una apertura hacia un nuevo orden, la instancia en que recibimos (2=recepción) a nuestro nuevo yo (1) –leído de derecha a izquierda-, y nos abrimos a una nueva vida.  Como si naciéramos a esa oportunidad única que nos aguarda, potencialmente aptos, y con todas las posibilidades para crecer (como las de un bebé que llega al mundo).

Así que, no nos preocupemos por un cierre.  Lo que es natural, es un cambio, necesario, para que la nueva vida tenga lugar. 

Y brotará un retoño del tronco de Isaí, y un vástago de sus raíces dará fruto. (Isaías 11:1) 

 

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