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VIAJANDO - Por Alex Quaranta

VIAJANDO - Por Alex Quaranta

Mis viajes a Ciudad Autónoma de Buenos Aires siempre tienen ese “qué sé yo, viste?”.

Aunque se entiende que juego de local en esta inconfundible metrópoli , no siempre parece ser así; por lo menos no lo es ante algunos ojos que me observan y oídos que me escuchan.

Y pensar que esta ciudad me vio crecer, entre las inolvidables escenas de Los Aristogatos o del tierno Bambi, proyectadas en aquel tradicional cine Los Ángeles.  Lo que quiero expresar es que, aún cuando esta cosmopolita urbe haya atendido y satisfecho las primeras curiosidades de un niño versátil como yo, hoy día me siento un turista de los tantos que pasean por sus callecitas, calles y avenidas. 

Para dejar probado lo que afirmo, narraré la secuencia de un día cualquiera en esta maravillosa y única ciudad de los cien barrios.  Un día que bien podría ser la jornada de hoy.

Mediodía, transitando a pie la avenida Corrientes.  Unos ojos oscuros como el carbón se fijan en los míos y la voz se escurre como lo hace el agua de un grifo roto:  “Girls, girls, girls, my friend”.

Al instante, advierto –y para ello no hace falta mucha universidad- que el “amigo” me ha visto cara de turista, y más allá de su inglés que resiste todo análisis porque es su medio de vida y punto, también sus neuronas le han informado que no sólo soy turista sino que, además, soy heterosexual. 

Dos tiros, ningún acierto.  Por supuesto, la cortesía es lo primero, y aún en las ofertas de sexo al paso, hay que ser caballero y gentil.  Por lo tanto, respondo, como queriendo cerrar de una vez y para siempre ese grifo abierto: “No, thanks”.

Seguidamente, librería.  Me recibe una dama, muy de barrio norte, mona, perfumada, y me despacha súbitamente, como lo hacían esas máquinas del correo central que detectaban al instante hacia dónde debía ser dirigido el grueso paquete de cartas que iban llegando; y, entonces, me dice: “el señor lo está atendiendo.  Perdón. El señor lo va a atender”.  Bueno –pensé-, veremos entonces. 

El señor resultó ser un joven de no más de 30 años, que se las ingenió bastante bien para sacarme dirección de correo electrónico y un celular de contacto.  Se lo ofrecí porque uno nunca sabe qué libro habrá que leer la próxima semana, cuando en la biblioteca privada ya no queden más volúmenes que provean de una sana lectura.

En algún momento de la corta charla me pregunta, casi convencido: “¿Vos no sos de acá, no es cierto?”  Mi respuesta: “Sí, ¿por qué?” Remate: “Tenés un acento que no es de Buenos Aires”.  

En fin, explicar que se me perdieron algunas bujías del español nativo después de tanto aprendizaje de lenguas variadas puede resultar de cierta densidad, así que, lo dejo ahí.   De todas formas, ya estoy acostumbrado a “no ser de aquí, ni ser de allá”. Informo que hablo habitualmente otros idiomas. 

Que no soy tan “típico” o “tipificable” se lo dejo a su gusto, por si tiene ganas de descubrirme.

A continuación, almuerzo.  Escucho inglés a doquier.  El mozo también vocifera algunas palabras en inglés.   Unos ojos azules me miran de vez en cuando.  Pertenecen a una dama sexagenaria, bella a su manera, con algunas  marcadas líneas rosáceas en el rostro, a quien puedo observar a corta distancia.

Termino mi almuerzo.  De tanto en tanto, sus ojos y una sonrisa se posan en mi aura.  Después de pedir su “fruit salad” –versión para llevar- ya que ella no la comió y su esposo sí lo hizo, se levantó y antes de dirigirse a la puerta de salida, dio media vuelta y me endulzó con sus palabras, tan amables, como la de la mayoría de los viejitos del país del norte, a quien muchas veces tuve el gusto de tratar de cerca: “Are you also in this tour?”  (¿Usted también está en esta excursión?).  Le explico que soy de Buenos Aires, la saludo con un “enjoy your stay” (disfrute de su estadía), y ahora su radiante sonrisa de despedida me cambia el humor para que, en la tarde, se disipen las nubes de mi cielo  interno, las que me acompañan desde hace ya mucho tiempo.  Tendré cielo despejado por un buen rato.  Qué bueno.

Sí, señora, yo también estoy en esta excursión.  Y aún cuando he perdido parte del equipaje, viajando, me recuerdo que todos somos peregrinos en esta Tierra que no dejará de sorprendernos con sus colores, sus olores, sus sabores, su magia, su belleza, su gente.  Gente tan diversa, tan hermosa, tan dispersa.  Seguramente no volveré a ver a esta señora de la sonrisa espontánea, pero en “este viaje” nuestras coordenadas se encontraron para hacer de hoy, 7 de febrero de 2011, un día más intensamente humano y glorioso.  Thank You, God.  Perdón.  Gracias, Dios.  Alex Quaranta.

 

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