El Albañil - Por Alex Quaranta
Hace unos días, lo observaba... y me observaba.  Me devolvía la  mirada, de a ratitos, como adivinando mi curiosidad por él.  Desde mi  terraza, mis ojos perforaban su belleza casi exótica, pero muy  argentina.  No nos asustamos.  Sentí más oxígeno circulando en mi  sistema.  No quité la vista de su cuerpo, aunque me alejé de sus  pequeños ojos por unos instantes. No mediaba gran distancia entre  nosotros. En realidad, quedé impregnado de su hacer, no tanto de su  forma.  Me enamoré de su osadía, de esa persistencia tan suya.  Quedé  prendado de su hábito, de su trabajo... No me avergüenza decir que el  sujeto de mi querer es un albañil.  Una suerte de constructor, quizá.   Pero, creo que no es amor del carnal, no.  No lo incluye, me di cuenta  de eso, claro.    Pero, aún así, sentí la energía del amor, y una  tristeza leve, que adivino ustedes ya están comprendiendo.   De momento,  se retiraba, salía de la casa objeto de su construcción, y al tiempo  regresaba.  Yo también me retiraba, para reunirme con mis quehaceres.  Y  luego, volvía, para espiar su actividad; sin sudores, sin fatiga, pero  inquietantemente apresurada y determinada.  Mañana, me asomaré  nuevamente para observarlo.  Y sentiré admiración por él, y una franca  amargura porque los dos pertenecemos a mundos diferentes, de alguna  manera...   Sí...  Mañana, volveré a espiar a ese hornerito, de alas  color ladrillo, que eligió el poste de teléfono para levantar su hogar,  de barro y paja. 
 
       
		
0 comentarios