Blogia
Simbholos® Simbolizando la Vida ®

Volviendo a Casa - Por Alex Quaranta

Volviendo a Casa - Por Alex Quaranta

Que siempre estamos regresando, a pie o navegando, ciertamente es así.  Siempre estamos, estoy.  Estoy.  Hablaré por mí.  Siempre estoy de regreso a casa.  Para ponerlo en otras palabras, sería el asiento de mi corazón, la habitación de mi alma.  También es verdad que mi cuerpo, a menudo, se escapa, huye, y luego no sabe cómo regresar al hogar que lo aguarda con la calidez de un fuego de madera bien seca y aroma a bosque.  Pero, los cuerpos tienen sus tiempos, y también de seguro, arrastran consigo la nave de las emociones; éstas no tienen tiempo; pero, ahí juntos, unas navegando, otros ahogándose, van escapando de no sé qué cosa, en giros tan amplios, que ninguno es capaz de reconocer que jamás se ha alejado demasiado de su casa.

En fin…  Lo dicho preludia este día de tormenta, del que pasaré a narrar unas gotas de presente y vida.  Mediodía de viernes. Estoy por retirarme del negocio de fantasías para mascotas.  La vendedora me vaticina: "Conviene que esperes.  Mirá cómo se puso el cielo".  Su idea no es desatinada, ya que el día ha devenido una noche cerrada.  No obstante, la escena provoca mi deseo de salir a desafiar a la naturaleza.  No es gran cosa.  Unas seis cuadras, nada más.  Esta insolencia es lo que viene necesitando mi Marte natal, tan ariano y, últimamente, tan anestesiado de aventuras.  Entonces, con mis pies impelidos por una fuerza claramente inesperada para mi rutina, me lanzo a la calle.  “¡Chau, Tessy!”, saludo a mi amiga comerciante con alegría infantil, seguro de estar a punto de trasgredir alguna regla de protección básica frente a calamidades climáticas. Como cuando era chico o adolescente... No sé. Quizás, por primera vez.

A poco de adelantar trayecto, mi mirada se desvía hacia un cuerpo que me lleva unos cuantos pasos de ventaja.  No puedo –ni deseo- evitar volver los ojos una y otra vez –en cuestión de segundos- y repasar algunas zonas de su masculinidad: sus hombros moviéndose al ritmo exacto para transportar su torso, su espalda ancha, anunciando capacidad de sostén... Hay una cierta armonía en su desplazamiento, algunos trazos de altivez, pero un todo armónico y agradable.  Pensando esto, me adelanto por su izquierda a paso rápido.  Me digo algunas cosas, hablándole a mi "yo" dormido, para que despierte y no se pierda detalle, aunque ya no le quedan muchos por retener en su memoria.  Y yo y mi otro "yo" sonreímos por lo bajo.  Nos gusta lo que vemos, y alguna indecente imagen se nos cruza, pero acordamos que no es momento para que la imaginación se suelte, así, desprolijamente.

Al pasar por la izquierda del joven sujeto-objeto de mi observación anterior, lo dejo ahora a mis espaldas; definitivamente, estoy dispuesto a ganar la batalla contra la tormenta (portando mi paraguas negro) y olvidar los destellos de un incipiente anhelo de contacto. 

Sin embargo, y como surgiendo de una conversación que nunca iniciamos, escucho una voz apenas perceptible que repiquetea suave sobre mi oído derecho: "¿Dónde lo vas a poner?" En la siguiente fracción de tiempo, mi mente intenta discernir si está usando su teléfono celular.  Error.  Aunque resulte curioso, me he transformado en su interlocutor válido, así, de repente, sin previo aviso. ¿Es que ha leído mis pensamientos con subtítulos en mi nuca? No puede ser.  Giro mi cabeza, miro sin mucho atrevimiento sus ojos oscuros y atractivos, me disculpo sonriendo y entonces, sin demora, me repite la pregunta, amigablemente: ¿Dónde vas a poner el auto? ¿Conocés algún garage en la zona?  Ahora entiendo. Tiene una clara necesidad de proteger su vehículo del granizo que el cielo sólo podrá contener por espacio de minutos, quién sabe.  Le respondo que  estoy de a pie, que lo único que deseo es llegar a casa.  Y, entonces, después de algunas frases cortitas y del todo previsibles para la situación, me dice, con cierta complicidad: "De alguna manera, vas a llegar".

Y esa frase, que brotó en un tono tan cotidiano, casi fraternal, tan de igual a igual, hace eco en las paredes de mi ser, en mis muros internos.  Los golpea, y con el golpe, paradójicamente, les devuelve vida, vigor.  “De alguna manera, vas a llegar”.  La interacción con un desconocido, a quien seguramente no volveré a ver en esta vida, me resulta mágica, casi inefable, excepto por este breve relato que me permito compartir. 

Así, en un instante, ha cambiado la sintonía de mi mente abrumada por pensamientos del pasado.  Y entonces, dibujando una sonrisa en mi rostro, que nadie puede mirar en la oscuridad de un mediodía de negro, me voy alentando, apurando el paso, con gozo, mirando el cielo: “Sí, de alguna manera voy a llegar”.  Ya estoy llegando a casa.  Porque, siempre, navegando o a pie, estoy volviendo a mi hogar. 

0 comentarios