Diciembre y los cierres Por Alex Quaranta
Reflexión desde el simbolismo de números
Que diciembre es un mes de paradojas, ciertamente no es novedad. Desde los altibajos emocionales, pasando por el recuento de familiares y amigos que no estarán presentes en las celebraciones, hasta los infaltables balances comerciales y personales, -con insalvables errores en el debe y el haber-, estamos, sin lugar a dudas, ante el rodaje de la “crónica de un agotamiento anunciado”. Obviamente, sin olvidarnos de las llamadas telefónicas inesperadas, los saludos casuales, callejeros y devaluados: “Che, si no te veo, que la pases bien”; las compras, los gastos imprevistos; los niños, los adolescentes y, nosotros, los adultos todos bien alteraditos. Y, claro está, recordando también los nunca ausentes pinos nevados en el crudo invierno del norte -al compás de algún “jingle bells, jingle bells”-, y el insoportable estío en el hemisferio sur, con ventiladores de techo funcionando a toda marcha y eyectando al aire las cáscaras de nueces, avellanas y almendras de las mesas de los argentinos, que en enero intentarán alguna fastidiosa dieta.
Y, por supuesto, los más improvisados rituales seudoespirituales para alcanzar algún prodigio de último momento; todo este viaje de fin de año con tormentosas escalas en los aeropuertos de las nostalgias de una niñez perdida y la estación aeroespacial de “aquéllas sí que eran navidades”, y finalmente, con un aterrizaje forzoso en la resbaladiza pista de los infortunios del año que se cierra, con la torre de control advirtiéndonos sobre las insospechadas amenazas del almanaque a estrenar.
Ahora bien, dicho esto, un poquito en broma y otro poco en serio ¿Qué nos ofrece el espacio simbólico en relación al número 12, el número de este mes, el mes de diciembre? Seguramente, podríamos dedicarle un libro, pero hoy, trataremos de resumir la idea en pocas palabras.
En principio, diremos que en la secuencia que va del 1 al 12, este número, vendría siendo el cierre o el cambio de un esquema a otro. Esto lo vemos fácilmente en el día a día, cuando a la hora 12 (la hora del mediodía) la mañana pasa a llamarse tarde; intuitiva e inevitablemente, entendemos que hay una transición de luces a sombras; y nuevamente, más luego, de un descanso a un despertar.
Pero si por un instante pudiéramos pensar en nosotros mismos como ese héroe arquetípico que viaja el viaje de su vida, este momento, “el momento doce” sería el instante para un “darse vuelta”, una reflexión, para un cambio de dirección, pero sin que sea necesario alejarnos un ápice de nuestra geografía personal. En otras palabras: sería una suerte de destreza física, como si, de repente, nos dispusiéramos a ejercitar el pararnos sobre nuestra cabeza para permitir que la sangre la irrigue con más fuerza y, al hacerlo, ésto nos diera renovados bríos para abrirle el placard a aquellas cuestiones envejecidas que esperan ser sacudidas, revisadas, reordenadas para el inicio del año.
Y ahora sí, nuestros pies están orientados hacia el cielo, nuestra mente repasando los últimos meses vividos, nuestro corazón contemplando con esperanza un nuevo orden supeditado a lo divino, a lo universal, a una entidad mayor a nosotros, y a la vez, que la comprende e incluye.
Sin embargo, hasta este momento no hemos podido hablar de UN CIERRE propiamente dicho en relación al número 12. Y, en verdad, desde lo simbólico, mucho me temo que no podamos mencionar tal cosa. Y esa es una de las paradojas que nos trae este mes.
Porque el 12 simboliza también una EXPANSIÓN; el 12 es símbolo de crecimiento, de apertura, y del momento de PARTO. Si el canal de parto no se abre, si ese túnel no se dilata, el niño no verá la luz de este mundo.
De hecho, el mundo cristiano conmemora el Nacimiento de nacimientos en este mes. En un parto algo también se parte (como en la hora doce, el día se parte en dos). En ese parto hay alegría; no obstante, hay dolor físico, hay llanto porque se está abandonando ese ambiente cálido, húmedo y contenedor por otro muy distinto (y desconocido aún) y que requerirá de pulmones que funcionen bien. Esta aparente contradicción de lo expansivo y el cierre de un ciclo es, desde mi modesta visión, lo que nos pone, cuando menos, un poco ansiosos e inestables.
Por eso, hoy les traigo este escrito, para hacernos conscientes de esta paradoja. Para que podamos minimizar las molestias que conviven con nuestros pensamientos y emociones durante este mes de festejos. El 12, si lo permitimos, es una apertura hacia un nuevo orden, la instancia en que recibimos UNA GRACIA para abrir nuevos caminos, explorar nuevas tierras dentro de un mismo y bello paisaje que llamamos “vida”.
En este territorio, nuestra geografía personal e íntima, no hay vallas ni tranqueras. Sólo praderas de insospechados verdes que se extienden ante nuestra mirada, una nueva mirada, la única, que en definitiva, ha cambiado.
Y en las palabras del profeta Isaías, recordamos: “Brotará un retoño del tronco de Isaí, y un vástago de sus raíces dará fruto”.
Feliz Vida. Feliz 2012.
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