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Silencios, por Alex Quaranta

Silencios, por Alex Quaranta

 

Hay silencios y silencios.

Hay silencios rojos de sangre, de esos que maquinan una venganza, silencios que urden un plan fatal. Que impregnan la atmósfera de mortificaciones que no se someten al verbo y quedan relegadas a un abismal océano de confusiones, un laberinto de palabras no expresadas a tiempo, heridas de una mezcla de un no saber, de un no querer, de un no poder.

Algunos silencios, sin embargo, no están teñidos de odio, pero son azules de indolencia, afectados por años de una apnea de juicio y valor.  Tienen manchas de asfixia y ahogo. Son silencios fríos, taciturnos, decididamente retraídos y abandonados por un invierno de doce meses. Hibernan en las cuevas del ya-nada-me-importa.

A algunos silencios, no obstante, los he visto parpadear.  Asidos de la mano de la tibieza o de la timidez, van y vienen en un sube y baja de niñez y ternura. Son los silencios de la inocencia que, en los adultos, devienen en el "vicio de no ser".  Silencios que se duermen y corren el riesgo de pasar a mejor vida en un sueño sin fronteras.

Existe un silencio que es padre de todas las sorderas. Es el silencio que calla porque no escucha. No es negro ni blanco. Es gris, de indefinida sustancia. Vacío de oportunidades. Vencido, extemporáneo, ausente, viciado de forma. Un silencio que se sienta a la orilla de un precipicio que invita al suicidio.

También hay un silencio verde, luminoso. Silencio cuyo oído atento es una ventana abierta a la conmiseración. Es un silencio que tiene manos cálidas, entre las cuales se sostiene el rostro del dolor y la angustia. Es el silencio sanador, el que repara largas ausencias de luz.

El silencio del amor-que-viene-al-encuentro es rosa opaco; delicadamente envolvente; humilde, nunca amigo de las estridencias; por el contrario, sobrio y entregado, receptivo y dócil. Silencio que ahuyenta espantos viejos, que disuelve la aspereza de los tiempos recios.

Sin dudas, el más bello de todos, es el silencio arcoiris. Silencio de lluvia y sol, en el reconciliador encuentro de algunas gotas de misterio –cristalitos de la bondad del día-  con el Febo de todos los mundos, para dibujar el símbolo del pacto de la vida en el cielo de la tormenta.

Hay silencios y silencios.

El del pentagrama, para escuchar la melodía. El de la muerte, para sentir la vida.

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